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El pasado mes de junio tuve la gran oportunidad de tomar mi mochila y visitar algunos países del Viejo Continente. Mi travesía empezó en Holanda y como era de esperarse, la parada en su capital era más que obligatoria, junto con la ida a un centro cultural que me correspondía como profesional en Microbiología.

Ámsterdam es una ciudad diferente a las demás, con una mística envolvente, canales asombrosos y una organización que sólo se ve en países desarrollados. Tenía sólo día y medio para recorrer la mayor cantidad de lugares en esta bella ciudad y teniendo en cuenta que es la más grande de Holanda, tenía que optimizar mi tiempo.

Ya con anterioridad había leído sobre Micropia, el primer y único Museo de Microbiología del mundo, fundado hace apenas unos años. Y como Microbiólogo, se hacía casi que mandatoria mi visita a este lugar. Tenía muchas expectativas y el lugar no me defraudó en lo absoluto, de hecho, me llevé más de lo que esperaba e iré contando lo más relevante de mi visita a continuación.

No fue difícil encontrar el lugar, el cual se ubica en plena zona turística de la ciudad y junto al zoológico. El precio de la entrada a mi juicio es justo, teniendo en cuenta la gran experiencia que te llevas de ella y sumado al hecho de que Ámsterdam es una de las ciudades más costosas de Europa. Consigues entradas a 14€ para personas de 10 años en adelante y a 12€ para niños entre 3-9 años. Es decir que el ticket sale a unos $48.902 COP y $41.916 COP al cambio de hoy (1€ = $3.493 COP), respectivamente. Los menores de 3 años entran gratis.

Una vez adentro, hay una pequeña exposición con un resumen de la historia de la Microbiología. Algunos datos importantes acerca de los precursores de esta ciencia ocupan la mayor parte de este reducido espacio. Por supuesto, estando en Holanda, tienes que esperar que se hable de Anton Van Leeuwenhoek (ciudadano holandés y considerado el padre de la Microbiología) por todas partes. De hecho, los holandeses son muy orgullosos de aquellos referentes de su país, como el pintor Vincent Van Gogh, y se habla de ellos y su legado a lo largo y ancho de los espacios culturales disponibles.

Placa conmemorativa de Anton Van Leeuwenhoek, el padre de la Microbiología. Foto: Autoría propia.

Posteriormente, y una vez en ese pequeño espacio se congregan unas 5 personas, un guía habla sobre las cosas que te encontrarás en los dos pisos que conforman el museo y te pide que entres a una especie de ascensor futurista. Y digo futurista porque una vez cerradas las puertas, se reproduce en el techo un clip en 3D que profundiza en los antecedentes que dieron como consecuencia la creación de esta hermosa ciencia. Vale destacar que en el museo sólo se encuentran escritos y hablados dos idiomas: neerlandés (por supuesto) e inglés.

Una vez sales del ascensor, eres libre de recorrer el museo con algo parecido a lo que llamamos caja de Petri en la mano. Pero no una caja de vidrio o plástico, sino de papel, para la cual te dan la misión de ir por todas y cada una de las paradas que conforman el museo y “recolectar” la mayor cantidad de microorganismos posibles, uno por cada estación. La idea es genial, porque cada parada tiene una máquina para sellar y al final puedes observar en pantalla gigante todo lo que recolectaste y sabrás si efectivamente los lograste todos o no. Bastante divertido.

Por supuesto recorrí todo el lugar, encontrando una experiencia fascinante en un sitio sumamente tecnificado. Debes tener en cuenta que verás y aprenderás de TODOS los grupos de organismos que estudia la Microbiología, desde el oso de agua hasta hongos macroscópicos y virus. Cada estación del piso superior te habla de un grupo de organismos distinto y te brinda una experiencia interactiva en la que puedes meterte en la ropa del microbiólogo y observar a través de un microscopio, por ejemplo. Así son las estaciones que introducen a cada grupo de organismos (vertebrados, invertebrados, hongos filamentosos y levaduriformes, bacterias, parásitos y virus), constan de material audiovisual y un microscopio con una muestra del organismo más representativo de cada grupo.

Pilobolus visto al microscopio. El hongo capaz de expulsar sus esporas a unos 100 km/h, considerado el ser vivo más rápido del mundo. Foto: Autoría propia.

Otras de las estaciones del segundo piso incluyen el “Kiss o – meter”, en el cual las parejas se paran en unas guías dispuestas en el suelo y una vez el sensor detecta el beso, se activa una pantalla en la que explican cuántos microorganismos y de qué tipo, pudieron haberse intercambiado entre las personas. Algunos no quisieran saberlo, seguramente.

También encuentras una pantalla enorme con la silueta del cuerpo humano, una vez te paras en ella, esta te permite interactuar de tal manera que, al seleccionar una parte específica del cuerpo, sabrás qué microorganismos se encuentran asociados al órgano o tejido en cuestión. Te sorprenderá saber que ningún rincón de nuestro cuerpo se encuentra libre de seres microscópicos y que el tipo difiere entre el sexo masculino y el femenino, porque incluso el mal olor corporal es diferente entre un género y otro.

Scanner de microorganismos del cuerpo humano. Foto: micropia.nl

Entre las demás atracciones del segundo piso se encuentra un oso de agua a gran escala, hongos macroscópicos, Pilobolus y su récord como el ser vivo más rápido del mundo, bacterias bioluminiscentes dispuestas en un cuarto oscuro, una pared con más de 100 especies de hongos filamentosos y su debida descripción y un laboratorio real donde se realizan los cultivos y el correspondiente mantenimiento de la colección de microorganismos cultivables. Aquí debes entender que, al tratarse de seres vivos, cumplen con un ciclo de vida, así que el grupo de microbiólogos del laboratorio tiene la ardua labor de asegurarse de que los cultivos dispuestos al público se encuentren en adecuadas condiciones, no luzcan como cultivos viejos (muertos) y las placas puestas en los microscopios estén frescas.

Laboratorio del museo, el espacio destinado a la investigación y recambio de microorganismos del lugar. Foto: Autoría propia.

Cuando bajé al primer piso nuevamente, me encontré con unas estaciones en las cuales se hacía énfasis en el papel de los microorganismos en la salud y la industria. Por ejemplo, la parada que me llamó más la atención tenía urnas con unos 20 alimentos y unas semanas de descomposición, junto a ellos, una manguera en la cual puedes oler los vapores que despide el alimento dañado. Para ser sincero no fui capaz de poner mi nariz en ninguna de las cabinas luego de ver a una señora a punto de vomitar al oler una pasta bolognesa que llevaba un mes ahí, suficiente tuve con los laboratorios de Microbiología de Alimentos en la Universidad.

Otras de las paradas en la primera planta incluyen la historia de la penicilina, el papel de los bacilos y los cocos en la elaboración de yogur, la producción de antibióticos, el uso de microorganismos para corregir desastres ambientales, la elaboración de quesos, vinos y otros fermentados, así como aquellas enfermedades causadas por virus como el Ébola, rotavirus y Gripe, entre otros. Debo decir que me dieron un repaso por todas las materias de la Universidad y me enseñaron gran cantidad de cosas que no conocía hasta ese día.

Pero eso no es todo, apenas nombré y dí más detalles de las paradas que me parecieron más curiosas. El recorrido es bastante largo e incluye temas muy interesantes como:

  1. Una demostración real de una colonia de hormigas que llevan a cabo una relación simbiótica (mutualista) con un hongo. Las hormigas usan el hongo como fuente de alimento propia y de sus larvas y el hongo a cambio usa las hojas que llevan las hormigas para producción de su propia biomasa.
  2. Vacunas: Explican cómo reacciona el cuerpo ante patógenos y cómo genera respuesta y memoria inmunitaria cuando se recibe una vacuna.
  3. Biotecnología: Como explicaba antes, se tratan los descubrimientos más importantes de la microbiología industrial a lo largo de la historia.
  4. La rueda de la reproducción microbiana: Se trata de una rueda gigante dispuesta de manera horizontal que muestra cómo se reproducen las bacterias, hongos, virus y parásitos a manera de vídeo interactivo y sencillo de entender.
  5. La historia del microscopio: Acerca de cómo, desde el modelo inicial de Leeuwenhoek, ha venido evolucionando una de las principales herramientas del microbiólogo, aquella que le ha permitido identificar, describir y caracterizar cientos de miles de especies microscópicas.
  6. Las pulgas de agua: Estos pequeños crustáceos juegan un papel vital en el ecosistema. Se muestra su papel en el consumo de algas y bacterias, así como sirviendo de alimento para peces.
  7. El oso de agua: Uno de los organismos más diminutos del mundo, capaz de sobrevivir a condiciones extremas por cerca de 30 años, esto gracias a su capacidad de entrar en un estado de latencia, despertando de este estado cuando las condiciones de nuevo son favorables.

Luego de visitar todas estas estaciones nombradas anteriormente (espero no haber olvidado nada relevante), finalmente el recorrido finalizó cuando puse en una máquina mis organismos recolectados, los cuales salieron proyectados en gran tamaño. Para mi sorpresa, al parecer me faltaron unos cuantos (al día de hoy no entiendo porqué, ya que fui muy meticuloso con cada parada). Me tomó unas 2 horas y media completar el tour debido al rigor con el que lo hice. Me traje a casa una experiencia increíble que cumplió con todas mis expectativas y más, no por nada son considerados el museo más innovador del mundo, una experiencia que pudo haberse prolongado si hubiera tenido tiempo de entrar al laboratorio a dialogar más con mis colegas microbiólogos encargados del museo. Sin embargo, un tren a la ciudad de Róterdam esperaba por mí en una hora.

Sellos obtenidos durante mi visita, uno por cada estación. Al parecer los espacios en blanco son estaciones faltantes, extraño aún para mí. Foto: Autoría propia.

¿Buscas más información sobre este maravilloso museo? Visita su página oficial.

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